Fue como estar en una película, todos se conocían y cantaban. No es un lugar para los turistas o al menos no del todo. Es un espacio pequeño, difícilmente cabrían 50 personas y sin embargo es genial. Llegamos a esa esquina buscándola pero sin saber que existía. Antes de salir de Madrid, en la oficina, me dijeron que en Lisboa fuera al barrio de Alfama a escuchar Fado.
Así lo hicimos pero lo intrincado de los callejones lisboenses nos hizo dudar un poco de hacia donde seguir: realmente parecía peligroso, así que marchamos en sentido contrario buscando un buen lugar. Todo estaba cerrado o por cerrar, y justo cuando sentíamos que no llegaríamos a ningún lado, encontramos una pareja de españoles, creo valencianos, quienes nos dieron un mapa y la tarjeta del lugar, donde se leía: La Esquina de Alfama (Rua de S. Pedro, 4).
A pesar de esa ayuda erramos el rumbo y llegamos de milagro, cuando Helen me reto a subir por unas escaleras obscuras y lúgubres que daban a… una callejuela y de frente a una cantina donde media docena de lusitanos, ebrios de caerse, discutían como discuten los borrachos. Pregunté a la mujer detrás de la barra quien ruda, gritó a uno de los hombres, el más anciano, Luis creo se llamaba o al menos así lo entendí, que nos indicara el rumbo. El hombre salió a la puerta, señaló de frente con el dedo y luego echó a andar, trastabillando pero sin caer, balanceándose de un lado a otro, platicando no se qué en portugués. Recuerdo haberle dicho a alguien “que buen pedo trae este güey, que chingón”, se volteó y dijo “mexicano, eso sí lo entendí”.
Al llegar el sitio estaba cerrando. Amable, el dueño del local, de nombre Lino Ramos, se ofreció a reservarnos una mesa para el día siguiente. Calida fue la recepción y agradable la comida, buenos cortes de carne y un vino nada despreciable (en promedio cada quien gastó entre 15 y 20 euros), cantamos fado que a veces pareciera tango y en otras bolero y en el fondo contiene la esencia de la música ranchera (¿en que momento Portugal también nos conquistó?), no se que cantan pero sin duda se sufre.
Y si no me creen escuchen al que canta en el video, el es Lino, es el dueño, el mesero y siempre el último en actuar, ahí está acompañado por dos mujeres una alta y delgada (que a veces me recuerda a Chavela Vargas) de nombre Ana María Isidro, las portadas de sus discos de acetato adornan parte del lugar junto con los de otros fadistas que frecuentan esa esquina, aficionados quizá o estrellas del pasado que cada noche brillan por su canto recordando viejos tiempos, imitando aquellas glorias en lo intimo de Alfama, el barrio donde se canta Fado.
Así lo hicimos pero lo intrincado de los callejones lisboenses nos hizo dudar un poco de hacia donde seguir: realmente parecía peligroso, así que marchamos en sentido contrario buscando un buen lugar. Todo estaba cerrado o por cerrar, y justo cuando sentíamos que no llegaríamos a ningún lado, encontramos una pareja de españoles, creo valencianos, quienes nos dieron un mapa y la tarjeta del lugar, donde se leía: La Esquina de Alfama (Rua de S. Pedro, 4).
A pesar de esa ayuda erramos el rumbo y llegamos de milagro, cuando Helen me reto a subir por unas escaleras obscuras y lúgubres que daban a… una callejuela y de frente a una cantina donde media docena de lusitanos, ebrios de caerse, discutían como discuten los borrachos. Pregunté a la mujer detrás de la barra quien ruda, gritó a uno de los hombres, el más anciano, Luis creo se llamaba o al menos así lo entendí, que nos indicara el rumbo. El hombre salió a la puerta, señaló de frente con el dedo y luego echó a andar, trastabillando pero sin caer, balanceándose de un lado a otro, platicando no se qué en portugués. Recuerdo haberle dicho a alguien “que buen pedo trae este güey, que chingón”, se volteó y dijo “mexicano, eso sí lo entendí”.
Al llegar el sitio estaba cerrando. Amable, el dueño del local, de nombre Lino Ramos, se ofreció a reservarnos una mesa para el día siguiente. Calida fue la recepción y agradable la comida, buenos cortes de carne y un vino nada despreciable (en promedio cada quien gastó entre 15 y 20 euros), cantamos fado que a veces pareciera tango y en otras bolero y en el fondo contiene la esencia de la música ranchera (¿en que momento Portugal también nos conquistó?), no se que cantan pero sin duda se sufre.
Y si no me creen escuchen al que canta en el video, el es Lino, es el dueño, el mesero y siempre el último en actuar, ahí está acompañado por dos mujeres una alta y delgada (que a veces me recuerda a Chavela Vargas) de nombre Ana María Isidro, las portadas de sus discos de acetato adornan parte del lugar junto con los de otros fadistas que frecuentan esa esquina, aficionados quizá o estrellas del pasado que cada noche brillan por su canto recordando viejos tiempos, imitando aquellas glorias en lo intimo de Alfama, el barrio donde se canta Fado.
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